Muertes y detenciones de opositores. Empieza a ser el pan de cada día en Bahréin. Ayer le tocó el turno al veterano activista de derechos humanos Abdulhadi Al-Khawaja, arrestado de madrugada en Manama. Una veintena de agentes de las fuerzas especiales irrumpieron en casa de su hija, donde se alojaba, y, tras golearle hasta dejarlo inconsciente, se lo llevaron a paradero desconocido. También pegaron y arrestaron a dos de sus yernos. El tercero, Mohamed al Maskati, presidente de la Bahrain Youth Society for Human Rights (BYSHR), fue golpeado y liberado poco después. Ambos habían sido amenazados.
Desde que el 14 de febrero empezaron las protestas en Bahréin, recibo regularmente los comunicados que emite a diario Mohamed al Maskati y su organización. El 10 de marzo pasado, alertó que junto a Al-Khawaja y Naji Fateel, miembro también del BYSHR, había sido amenazado de muerte vía SMS y las redes sociales. Los mensajes los calificaban de “traidores” y los acusaban “de instigar al desorden” y “organizar movimientos de sabotaje”. “Los líderes de la agitación y el desorden en nuestro querido Bahréin deben ser liquidados”, añadían, publicando información personal de cada uno de ellos. Mohamed recibió también llamadas amenazadoras por teléfono: “Te mataremos. Queremos que dejes de ir a la rotonda de la Perla. Si no abandonas tu negocio de derechos humanos te vamos a joder”. Hacia mediados de marzo, le cancelaron la línea de su blackberry y pronto descubrió que le habían espiado las llamadas y emails.
Mohamed y la BYSHR han estado documentando con textos, fotos y vídeos la represión de las protestas en Bahréin e informando a la prensa internacional y las organizaciones de derechos humanos internacionales. Ayer explicó la detención de Abdulhadi Al-Khawaja: “Registraron el apartamento, cogieron a Abdulhadi por el cuello y lo pegaron, mientras él decía que se ahogaba. Pusieron a los hombres en fila en el suelo, los pegaron e insultaron. Pegaron a Abdulhadi mientras lo bajaban por las escaleras de las tres plantas del edificio. La policía lo grabó todo en vídeo e irrumpió en todos los apartamentos del edificio, rompiendo las puertas. Se llevaron a Abdulhadi y a sus dos yernos, Wafi AlMajed y Hussain Ahmed Hussain, en una caravana de más de ocho coches, muchos vehículos civiles de color negro”. A Mohmaed, lo esposaron, lo pegaron y, como a todos, le afeitaron la mitad de la cabeza para humillarlo.
A pesar de su juventud Mohamed es ya gato viejo lidiando con la represión. Mucho más lo es su suegro y mentor, de 50 años, que vivió refugiado en Dinamarca y ha sido detenido en anteriores ocasiones (la foto que he colgado es de 2004). Lo entrevisté en 2007, cuando presidía con Nabil Rajab el Bahrain Center for Human Rights. Me encontré con los dos en una cafetería de un lujoso centro comercial de Manama. Trabajaban entonces más de un centenar de personas en la organización, entre la dirección y los comités locales, pero que siguiera viva y activa dependía de sus militantes. El gobierno de Bahréin la había cerrado unos años antes y funcionaban desde entonces sin sede. “Esta es nuestra oficina, pero no sale muy cara”, me explicaron con humor mientras tomábamos un café. Ambos sospechaban que sus teléfonos estaban intervenidos y que les controlaban los emails. “Intentamos no hablar mucho por el móvil ni mandar correos confidenciales”.
La organización, que ahora dirige Nabil, ha documentado e identificado en un Excel más de 500 casos de detenciones y desapariciones y 27 muertos desde el inicio de la represión de las protestas. La última víctima mortal es Zakaria Rashid Al-Ashiri, de 40 años, que murió ayer mientras estaba bajo custodia policial. El ministerio del Interior aseguró que había fallecido a causa de una anemia, pero la BYSHR difundió fotos de su cadáver, plagado de heridas y hematomas. Al-Ashiri había sido detenido el 2 de abril acusado de “incitar al odio, publicar noticias falsas, promover el sectarismo e instar al derrocamiento del régimen” en las redes sociales.
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